La comunidad internacional acuerda inflables en la ONU invertir 15.000 millones al año para terminar con la epidemia en 2030
La tuberculosis es una de las enfermedades más antiguas que se conocen y la infección que más personas mata cada año en el planeta. Pero hasta el 26 de septiembre de 2018, los líderes del mundo no se habían sentado a tratar el problema al más alto nivel. Lo han hecho en la 73ª Asamblea General de la ONU en Nueva York, donde se han comprometido asegurarse de que 40 millones de enfermos reciban tratamiento hasta el final de 2022, además de aportar medicación preventiva a otros 30 millones en riesgo para evitar que la desarrollen.
Terminar con esta terrible epidemia que afecta cada año a más de 10 millones de personas y mata a 1,6 millones es una de las metas incluidas en los Objetivos de Desarrollo Sostenible, la agenda que se ha impuesto el mundo hasta 2030. Pero tres años después de que se aprobase, los avances han sido tímidos. Como mostró el último informe de la enfermedad, presentado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) la semana pasada, la tuberculosis remite, la mortalidad también, pero a un ritmo tan lento que tardaríamos más de un siglo y medio en acabar con ella.
Poner el asunto en la reunión entre jefes de Estado era un reclamo de la OMS para dar un empujón a esta lucha. “Hoy es un hito en la larga guerra contra la enfermedad. Estas son promesas audaces: mantenerlas es vital”, ha dicho Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la organización, que también se ha comprometido a trabajar “con cada socio, con cada país, con cada comunidad” para lograr los objetivos.
Las promesas pasan por una inversión de 13.000 millones de dólares al año para tratar y prevenir la tuberculosis y otros 2.000 millones adicionales para investigación. Los Gobiernos también se han comprometido a tomar medidas firmes contra las formas de la enfermedad resistentes a los medicamentos, crear responsabilidad y priorizar cuestiones de derechos humanos como el estigma que aún prevalece en torno a los afectados en muchas partes del mundo.
En el debate de la asamblea, bajo el título Unidos para terminar contra la tuberculosis, una respuesta global urgente para una epidemia mundial, altos representantes de todos los países de la ONU tenían previsto comparecer para poner sobre la mesa las medidas contra la enfermedad, aunque 46 de ellos no tuvieron tiempo de tomar la palabra. Presidentes, ministros de salud, de exteriores o cooperación dibujaron un panorama muy variopinto: desde aquellos lugares en los que es una verdadera epidemia que se cobra miles de vidas cada año hasta otros en los que persiste como una enfermedad marginal al que la población casi no presta atención. La Unión Internacional contra la Tuberculosis y las Enfermedades Pulmonares mostró su decepción ante la ausencia casi total de jefes de estado europeos, que quedaron representados a un nivel inferior.
La ministra de Sanidad española, María Luisa Carcedo, aprovechó para sacar pecho de que su Gobierno haya recuperado la sanidad pública universal. La cobertura de salud gratuita y de calidad es fundamental para detectar y tratar los nuevos casos de tuberculosis. “[Lo hemos hecho] tanto por justicia social como para ser más eficaces en lucha contra enfermedades que ya no tienen fronteras”, ha afirmado frente a representantes de todo el mundo.
El caso de España, con 10 nuevos enfermos al año por cada 100.000 habitantes está lejos de los países que más fuertemente padecen la epidemia, que llegan a multiplicar por 100 esta incidencia. Las necesidades también son muy diferentes.
Matamela Cyril Ramaphosa, presidente de Sudáfrica, uno de los países más afectados, con 322.000 casos nuevos el año pasado, ha recordado que la enfermedad ha matado a más personas que la viruela, la malaria, la peste, la influenza, el sida y el ébola juntos. “Estamos ante una oportunidad histórica que todos debemos saludar si queremos responder de forma efectiva a la tuberculosis, que soportan especialmente los más pobres y marginados”, ha afirmado. Su país ha conseguido una importante reducción de la incidencia de la dolencia en los últimos años gracias a nuevos fármacos y métodos de diagnóstico, además de un ambicioso programa antirretroviral, ya que padecer VIH es uno de los grandes factores de riesgo para contagiarse también de tuberculosis.
Médicos sin Fronteras ha aprovechado el encuentro para recordar que el infradiagnóstico y el infraregistro de los casos de tuberculosis siguen siendo “los principales retos”, ya que más de una tercera parte de los enfermos no se diagnostican. “Una de las razones fundamentales es que los gobiernos tardan en aumentar las pruebas de tuberculosis y las herramientas de tratamiento disponibles en la actualidad”, lamenta la ONG en un comunicado. Recuerda que en 2013 la OMS recomendó el uso de la bedaquilina, un novedoso inflatable water slide fármaco oral para el tratamiento de la variedad resistente a los medicamentos. Sin embargo, la adopción de este y otros medicamentos sigue siendo “muy lenta”. En 2017, estaban fuera del alcance para casi el 90% de las personas que podrían haberse beneficiado de ellos.
La presidenta de la Asamblea General, María Fernanda Espinosa Garcés, calificó la reunión de alto nivel de “un éxito”: “Estamos ante un nuevo hito en la lucha contra la tuberculosis. Pero hasta que cumplamos nuestros compromisos, esto solo será una declaración. Sabemos cómo prevenir y cómo tratar la enfermedad. Necesitamos que nuestros líderes y el sector privado inviertan lo necesario y tengan la decisión para acabar con ella. El plan está sobre la mesa. No podemos perder la oportunidad de ser la generación que terminó con la tuberculosis de una vez por todas”.