Participaron investigadores del Conicet agrupados en una empresa de base tecnológica
Franco Goytía es economista (Universidad de San Andrés) y desde hace un año y medio se asoció con Carla Giménez (biotecnóloga y exbecaria del Conicet), Federico Pereyra Bonnet y Lucía Curti (ambos investigadores del Consejo) para fundar Caspr Biotech, una start up de base biotecnológica y de gestión privada en la que participan otros científicos de diversas especialidades. Desde aquí, crearon un método portátil para detectar la presencia de coronavirus en tan solo 60 minutos. Un mecanismo de resultado rápido, aplicación sencilla y a muy bajo costo. Su aplicación podría ser clave para el período “de ventana”, es decir, cuando el paciente no tiene síntomas pero la enfermedad está.
Se trata de una tirita muy similar a la aplicada para las pruebas de embarazo –los populares Evatest— configurada específicamente para detectar enfermedades infecciosas y mutaciones genéticas. El prototipo fabricado por el equipo multidisciplinar de genetistas, bioinformáticos y microbiólogos podría estar listo en poco tiempo. “El propósito de Caspr Biotech es crear una plataforma de detección molecular. Nos basamos en CRISPR Cas9, una tecnología de edición genética que ha revolucionado al mundo. Es posible configurar el dispositivo para detectar cualquier tipo de virus, ya sea para dengue, o bien, como este caso, para coronavirus”, dice Franco Goytía. De hecho, como apunta el economista, las primeras pruebas fueron realizadas en institutos científicos del norte del país con pacientes con dengue y ha funcionado muy bien, aunque se requiere lo de siempre: analizar si el prototipo es capaz de escalarse. “Todavía hay cosas del funcionamiento que debemos perfeccionar pero, esencialmente, se coloca una muestra proveniente de un hisopado nasal y el modus operandi es muy similar al de un test de embarazo. En menos de 60 minutos se obtiene el resultado positivo (dos líneas) o negativo (una línea). Restan ajustar algunos pasos para que el proceso sea totalmente automatizado”, afirma Goytía que, a sus 24 años, es el encargado de la difícil tarea que supone atraer a los inversores.
Para calibrar la tecnología fue necesario contar con el genoma del virus secuenciado, ya que ningún dispositivo puede identificar algo que desconoce. “Necesitamos acceder a muestras de coronavirus reales, ya que el material está muy restringido por el peligro que supone”, comenta Goytía que actualmente se encuentra en Nueva York y asiste a reuniones con grupos inversores y organismos internacionales. Ya se ha contactado, según admite, con miembros del gobierno chino que están explorando las características del prototipo y la posibilidad de utilizarlo.
“Hoy en día es muy engorroso el proceso, se generan esperas en todos los eslabones de la cadena, tiempos muertos que buscamos suprimir a partir de una propuesta portátil y que brinda respuestas en tan solo una hora”, plantea Carla Giménez, biotecnóloga (Universidad Nacional de Quilmes), ex becaria doctoral del Conicet y directora científica de la empresa. La técnica que actualmente se emplea para identificar qué humano tiene al virus en su cuerpo demanda mucho tiempo. A partir de los síntomas que presentan los “individuos sospechosos” se establecen filtros generales para diferenciar a los potencialmente infectados respecto de aquellos que no lo están y las muestras son enviadas a laboratorios con personal capacitado. “Vemos que existen personas con fiebre por otros motivos y terminan en cuarentena. Son encerradas en instituciones en las que, probablemente, adquieran otros virus circulantes. Todo se demora mucho y no hay necesidad si contamos con un método de identificación más veloz que, como si fuera poco, detecta la presencia del virus ante la ausencia de síntomas”, describe Giménez. Y continúa con su razonamiento: “Se utilizan reactivos caros para las pruebas y nosotros estimamos que, de salir al mercado, el kit costaría entre uno y dos dólares, realmente muy accesible”, relata Giménez.
La investigación explotó en los medios antes de ser publicada en revistas científicas y, como suele ocurrir en estos casos, se invirtió el proceso con el que habitualmente se comunican los trabajos científicos: primero se entera la comunidad y más tarde la sociedad. La cifra de muertos por coronavirus se eleva a 1113 y los infectados superan los 45 mil. El número se eleva segundo a segundo, aunque la tasa de mortalidad, afortunadamente, no es tan alta. Con su epicentro en Wuhan, el brote se ha expandido hacia otras regiones de china y países cercanos aunque, esencialmente, se trata de un fenómeno local. No obstante, la OMS ha anunciado en días anteriores la alerta internacional. La agenda internacional marcó un conflicto y la ciencia argentina demostró estar bien despabilada para ofrecer soluciones. El test sirve como un ejemplo más de lo que pueden hacer los investigadores de esta parte del globo. Opera como recuerdo fresco para aquella parte de la sociedad que, aún, no tiene en claro la importancia de la CyT para el progreso social; y, sobre todo, para aquel sector de la política que reniega de los avances autóctonos e ignora que la soberanía se construye a partir del conocimiento. Apoyar a la ciencia y a la tecnología sirve para esto y para tantas cosas más. Se comunica, en definitiva, porque es bueno que se sepa.