La crisis sanitaria es severa y sus efectos son permanentes; los argentinos viven menos años que los europeos, con mayores riesgos de vida; los médicos se frustran y se usan mal los recursos, a lo que se suman casos de corrupción.
Nuestra vida es más corta que en países desarrollados. En los últimos 60 años la Argentina aumentó 11 años la expectativa de vida al nacer y Corea del Sur, 18. Aquí se vive, en promedio, siete años menos que en Europa. Y, dentro del continente americano, Ecuador, Chile y Uruguay nos superan en expectativa de vida, y Brasil va en camino de hacerlo en breve. También cada vez somos más bajos que el resto.
La mortalidad infantil muestra que hoy nacer en nuestro país conlleva cuatro veces más riesgo de morir antes del año que en Corea del Sur y, según la tendencia de los últimos 30 años, nos falta medio siglo para alcanzar a los países desarrollados. De hecho, durante la vida activa tenemos dos veces el riesgo de morir que en Japón y mayor riesgo que en Chile. Hay factores sociales; pero mucho lo explica la disfunción del sistema de salud.
La cirugía por cáncer puede alcanzar en la Argentina una mortalidad cuatro veces superior a la de países desarrollados. Y tenemos mayor letalidad en infarto o cáncer de mama, con el paciente ya en el hospital. La lista podría continuar.
Dicho claramente: con personal mal pago, grandes edificios de hospitales con muy pocas horas efectivas de trabajo al día y sanatorios caros con habitaciones más lujosas que en Houston, pero con un décimo de su complejidad, es muy difícil resolver el problema de salud. Y aquí, lo que no ayuda daña. Estas distorsiones colaboran con la crisis del sistema sanitario
El mal se extiende de manera desigual. Desde hace más de 30 años Tucumán, Corrientes, Formosa y Chaco más que duplican las cifras de mortalidad infantil de Neuquén y de Santa Fe. La diabetes es tres veces más frecuente en los barrios populares, igual que la hipertensión arterial yla obesidad. El problema afecta, también, a los sectores acomodados. La expectativa de vida en Recoleta (82 años) es seis años más que el promedio nacional (76 años), pero ese sector social en Europa o EE.UU. supera los 90. Esencialmente el problema es que no hay ni metas firmes ni plan de salud consistente.
El gasto o la corrupción
La corrupción explica mucho. Globalmente, el fraude representa no menos del 7% del gasto total en salud (puede llegar al 15% en ciertos países), unos 455.000 millones de dólares por año en todo el mundo se pierden por corrupción en los sistemas de salud.
Solo en Estados Unidos el fraude en salud costaría 150.000 millones de dólares anuales, por ejemplo, en prestaciones computadas a pacientes muertos. ¿Cuánto significa en la Argentina? Verosímilmente, un 10% del gasto en salud es corrupción. Servicios a pacientes ficticios, sobreprecios y retornos, cobro por prestaciones inexistentes. Eso representa el 1% del PBI y más de la mitad lo paga el Estado, lo que acrecienta el déficit fiscal.
Los trabajadores fantasmas en el sistema de salud son otro problema mundial; lo que nosotros llamamos “ñoquis”. Los salarios del personal de salud representan, a menudo, un 60% a 70% de cualquier presupuesto. En la Argentina este tipo de fraude es masivo y responde a resortes políticos y sindicales de los que nadie quiere hablar. Pero cuestan dinero y provocan enormes distorsiones éticas y funcionales.
Otra deformación es el ausentismo de los trabajadores de la salud, muchas veces porque tienen otro trabajo en el sector privado, que probablemente ofrezca un salario más alto. No se justifica, pero es consecuencia de pagar malos sueldos. Esto se traduce en mala calidad de atención y en un deterioro ético de la profesión, que afecta especialmente al sistema público.
Es verdad que algo similar ocurre en el sector judicial y esta vez con los mejores sueldos de todo el Estado. La cuestión amerita un mayor análisis. Lo cierto es que resulta difícil encontrar un hospital público con dotación completa: nueve horas al día, de lunes a sábado, como contemplaría un modelo de cualquier proyecto serio.
Recursos escasos y pobreza
En cuanto a recursos en salud, la Argentina está lejos de estándares internacionales. El gasto anual total en salud por persona en dólares internacionales, tomando como base el dólar PPA (paridad de poder adquisitivo) sería de US$2200 en la Argentina.
En la misma medida, Holanda invierte US$6250 y Corea del Sur, US$3500. Con estos niveles de gastos, la evidencia muestra que no podemos esperar grandes resultados. Pero en la región gastamos más que Brasil (US$ 1500 per cápita) e igual que Chile (US$2400), aunque somos 30% menos eficientes que ambos países, en relación con la reducción de la mortalidad obtenida por cada peso invertido.
La pobreza juega su parte. El aumento de los estándares de vida es uno de los principales promotores de la salud. Denominamos “síndrome del status”, la referencia empírica de que a mayor pobreza, mayor incidencia de casi todos los tumores y mayor letalidad, además de duplicarse la incidencia y mortalidad de todos los eventos cardiovasculares. Menos conocido es que la educación de la mujer es el método más eficaz para reducir las mortalidades infantiles y maternas, y que terminar el secundario reduce la muerte por todas las causas y agrega diez años de vida promedio a la comunidad.
Sin mejorar los niveles de salud es imposible aumentar la productividad de los países y su crecimiento. El presidente del Banco de Inglaterra acaba de admitir que la mala salud de la población trabajadora del Reino Unido -hoy peor que en el resto de Europa- es una de las principales causas de su retraso económico post-Covid.
El equipo de salud
Al nivel que se encuentra la Argentina, la crisis no se resolverá con historia clínica electrónica, ciencia de datos o comprando tomógrafos. Cantidades de estos equipos pueblan nuestros hospitales, en desuso o dañados. La gran cuestión es el equipo de salud. Su formación, su vocación, la cultura hospitalaria y su remuneración.
Se gradúan en el país unos 4000 médicos por año, un 25% de la Universidad de Buenos Aires (UBA), con 15.000 nuevos estudiantes cada ciclo académico. En lugar de exámenes de ingreso exigentes -en cualquier país la medicina es el más exigente- y vacantes limitadas a la planificación sanitaria, pretendemos inventar un sistema sui generis.
Después, las residencias médicas no se cubren, al margen de la indudable legitimidad de reclamos de salarios que superen la subsistencia.
Adicionalmente, una de las grandes motivaciones de la salud es la investigación científica. Brasil, México y Chile producen hoy más ciencia que la Argentina. No se invierte en investigación científica aplicada a la salud, aun cuando tenemos tradición y ciertas capacidades, como el hecho de ser uno de los pocos países que fabrican vacunas.
No creo que la crisis se resuelva cambiando el financiamiento o peleando por el precio de los insumos. Eso será imposible sin el agente de cambio: el equipo de salud motivado, organizado y de excelencia.
Ahí está hoy la más temible de las crisis. Una política enferma y un sistema cooptado por privilegios sectoriales amenaza destruir nuestra tradición sanitaria. Pero es ahí donde está la solución. Devolver autonomía, cultura médica institucional, exigencia, excelencia, remuneración y liderazgo, a la vocación y creatividad de quienes eligieron como profesión el arte de cuidar.
(“) El autor es médico y fue titular del PAMI.
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